El Experimento de magendie 175 años después (y II) - Quilo de Ciencia
En el episodio anterior de Quilo de Ciencia in memoriam, el Dr. Francisco Grande Covián nos explicó unos experimentos pioneros realizados por el médico y fisiólogo francés Magendie. En estos experimentos, Magendie ponía en evidencia la existencia de un nutriente fundamental de naturaleza grasa que hoy conocemos como vitamina A. Además, los experimentos indicaban que este componente necesitaba también de nutrientes proteicos para resultar eficaz, ya que la alimentación de perros exclusivamente con mantequilla, un alimento con abundante vitamina A, pero muy escaso en proteínas, conducía a la aparición de los mismos síntomas que los que se observaban en el caso de alimentar a estos animales exclusivamente con azúcar, que carece de esta vitamina. En la segunda parte de su artículo dedicado a la memoria de Magendie, publicado en el libro La alimentación y la Vida, el Dr. Grande Covián nos relata los descubrimientos científicos que permitieron explicar las agudas observaciones de este médico francés.
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Vida microbiana en la Meseta Antártica. Hablamos con Víctor Parro. - Hablando con Científicos
La Meseta Antártica es uno de los entornos más extremos de la Tierra, con temperaturas que pueden descender hasta -89°C, vientos huracanados y una sequedad comparable a la de los desiertos más áridos. A pesar de estas condiciones hostiles, algunos microorganismos han desarrollado estrategias para sobrevivir en el hielo, adaptándose a la falta de luz y nutrientes. Este ambiente es análogo a los de Marte y lunas heladas como Europa (Júpiter) o Encélado (Saturno), donde el frío, la radiación y la falta de una atmósfera densa dificultan la existencia de vida. Por ello, la Meseta Antártica es un laboratorio natural que ayuda a los científicos a entender cómo la vida podría persistir más allá de la Tierra. Un equipo del Centro de Astrobiología, liderado por Víctor Parro, nuestro invitado en Hablando con Científicos, ha recorrido 2.578 km por la Meseta Antártica con un laboratorio móvil montado sobre un trineo impulsado por el viento, analizando restos de vida microbiana con la mirada puesta en la búsqueda de vida en otros mundos.
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El incierto origen de los anfibios modernos - Zoo de fósiles
Los fósiles más antiguos del grupo de los anfibios modernos, formado por las ranas y sapos, las salamandras y tritones, y las cecilias, los lisanfibios, se remontan al Triásico, hace unos 250 millones de años. Las ranas más antiguas que conocemos son Triadobatrachus y Czatkobatrachus, que vivieron en el Triásico inferior, hace unos 250 millones de años. Con las salamandras y tritones pasa algo parecido. Los fósiles más antiguos, descubiertos en Kirguistán en los años 70, son los de Triassurus, del Triásico superior, hace unos 230 millones de años. El registro fósil de las cecilias es aún más escaso. El primer fósil de estos anfibios sin patas semejantes a grandes lombrices, una vértebra aislada, se descubrió en 1972. Hasta 2023, la cecilia fósil más antigua era Eocaecilia, del Jurásico inferior de Arizona, con una antigüedad de entre 175 y 200 millones de años.
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El experimento de Magendie 175 años después (1) - Quilo de Ciencia
En el capítulo del libro del Dr. Francisco Grande Covián La Alimentación y la Vida, que abordamos hoy, el investigador nos traslada desde la actualidad hasta hace más de doscientos años para recuperar la memoria del gran fisiólogo francés François Magendie. Fue este científico quien, en sus experimentos con animales, realizó la primera observación indicativa de la existencia de la vitamina A. Sin embargo, como sucedió con Gustav von Bunge, del que hablamos en el episodio anterior, la contribución de Magendie no fue debidamente reconocida. Escuchad y disfrutad con la primera parte de la interesante historia que, con su habitual maestría, el Dr. Grande Covián nos ofrece hoy, y acabará de ofrecernos en el siguiente episodio de Quilo in Memoriam.
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Cambio invernal en la corriente en chorro del Atlántico Norte. Hablamos con Marina García Burgos - Hablando con Científicos
Las corrientes de chorro son bandas de viento de alta velocidad que fluyen en la atmósfera entre capas más lentas. En el caso del Atlántico Norte, la corriente de chorro suele situarse entre los 8 y 12 kilómetros de altitud, donde el aire fluye de oeste a este a velocidades medias de 110 a 250 km/h, aunque en invierno puede alcanzar hasta 400 km/h en eventos extremos. Este “río de aire”, que suele tener varios cientos de kilómetros de anchura, es fundamental porque influye en la trayectoria de las tormentas y en la distribución de temperaturas en América del Norte y Europa. Marina García-Burgos, nuestra invitada en Hablando con Científicos, ha estudiado con simulaciones climáticas cómo cambiará la corriente de chorro del Atlantico Norte bajo la influencia del cambio climático y revela que, a principios del invierno, la corriente de chorro tiende a desplazarse hacia los polos, mientras que, a finales del invierno, se observa una migración hacia el ecuador. Estos cambios pueden influir en la secuencia de periodos húmedos y secos, así como en la intensidad de las tormentas en Europa y América del Norte.