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Seminario de Guadalajara
Si estás en la búsqueda de tu vocación, Lanzando la Red es para ti. Queremos ofrecerte luces para el discernimiento vocacional a la vida sacerdotal de la mano d...

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5 de 42
  • T4. E06. Seminario: Casa de Esperanza
    El Seminario de la Arquidiócesis de Guadalajara es uno de los más antiguos del continente americano al ser erigido canónicamente el 9 de septiembre de 1696, por el Excelentísimo Señor Obispo fray Felipe Galindo y Chávez (O.P.). Conforme a las instituciones de aquel tiempo el Seminario era reconocido como la tercer institución religiosa de educación. En 1767 el rey Carlos III de España dispuso la expulsión de los religiosos de la Compañía de Jesús de todos sus dominios, provocando que al tener ellos a cargo la mayoría de los colegios provocará una desolación casi total de los alumnos de ese nivel. Uno de los pocos lugares que quedaron librados de la orfandad que dejo la expulsión fue Guadalajara gracias a su seminario. En 1767 el seminario de Guadalajara paso a ser la única instancia de educación a nivel secundaria y preparatoria de todo el occidente. Cabe resaltar que la finalidad del Seminario es formar a los futuros sacerdotes, sin embargo, en aquella ocasión debido al desabasto de instituciones educativas tuvo a bien abrir las puertas a los jóvenes en general y obtuvo un gran número de alumnos, era muy evidente ya que, si alguna persona aspiraba a ser doctor, abogado, teólogo, etc… necesitaba los estudio de secundaria y preparatoria que casi únicamente las ofrecía el seminario. Del número de alumnos que estaban en formación, sólo una tercer parte aspiraba al orden presbiteral. El número de alumnos que ingresó en primer instancia fue de 8 y de los cuales 7 recibieron el orden sagrado. La casa que ocupó el seminario en aquella ocasión se ubicaba en lo que hoy conocemos como la Rotonda de los hombres ilustres, a un costado de la catedral. En 1735 el número de alumnos provocó la necesidad de construir otro seminario, fue terminando de construir 30 años después, este lugar es hoy el Museo Regional del estado, puesto que en 1812 fue retirado por el Gobierno del Estado. Los alumnos tuvieron que hospedarse de forma provisional en el Oratorio de San Felipe Neri, lugar donde hoy se encuentra la Universidad de Guadalajara; para el año de 1819 los alumnos lograron regresar a su nueva casa. A finales de este siglo el seminario contaba con un buen número de frutos entre los cuales algunos fueron nombrados obispos. El Seminario de Guadalajara dio como frutos alrededor de 10,000 presbíteros, más de 100 obispos, entre ellos 5 cardenales, y su principal orgullo son 15 santos mártires canonizados. Otra cantidad de alumnos eran pertenecientes a otras diócesis, pero eran enviados a estudiar al seminario de Guadalajara. En el ámbito civil hubo varios exalumnos con cargos importantes, por ejemplo: 2 expresidentes de México: Don Anastasio Bustamante y Don José Justo Corro; el vicepresidente Valentín Gómez Farías, el presidente de la Suprema corte de justicia de la nación: Don Ignacio L. Vallarta; Mariano Otero; muchos gobernadores para Jalisco y otros lugares; así como el príncipe de los astrónomos y meteorólogo del Occidente de México: Don Severo Días Galindo; muchos literatos, humanista, eruditos, etc. El seminario desde su inicio hasta hoy está bajo el patrocinio del Glorioso Señor San José. El nombre oficial de nuestra institución es Seminario Diocesano de Señor San José. «El deseo de Dios y de una relación viva y significativa con Él se presenta hoy tan intenso, que favorecen, allí donde falta el auténtico e íntegro anuncio del Evangelio de Jesús, la difusión de formas de religiosidad sin Dios y de múltiples sectas. Su expansión, incluso en algunos ambientes tradicionalmente cristianos, es ciertamente para todos los hijos de la Iglesia, y para los sacerdotes en particular, un motivo constante de examen de conciencia sobre la credibilidad de su testimonio del Evangelio, pero es también signo de cuán profunda y difundida está la búsqueda de Dios» (Pastores dabo vobis n°6). «En el Año jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria» (Spes non confundit n°10), el Seminario de Guadalajara tiene que ser comprendido como una casa de esperanza pues en ella se gestan los próximos pastores que llevaran la Buena Nueva al mundo.
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    25:48
  • T4. E05. Sacerdote: Hombre de esperanza
    «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 14-15). «Concretamente, sin sacerdotes la Iglesia no podría vivir aquella obediencia fundamental que se sitúa en el centro mismo de su existencia y de su misión en la historia, esto es, la obediencia al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19) y «Haced esto en conmemoración mía» (Lc 22, 19; cf. 1 Cor 11, 24), o sea, el mandato de anunciar el Evangelio y de renovar cada día el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por la vida del mundo. Sabemos por la fe que la promesa del Señor no puede fallar. Precisamente esta promesa es la razón y fuerza que infunde alegría a la Iglesia ante el florecimiento y aumento de las vocaciones sacerdotales, que hoy se da en algunas partes del mundo; y representa también el fundamento y estímulo para un acto de fe más grande y de esperanza más viva, ante la grave escasez de sacerdotes que afecta a otras partes del mundo» (Pastores dabo vobis n°1). Con la efusión sacramental del Espíritu Santo que consagra y envía, el presbítero queda configurado con Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, y es enviado a ejercer el ministerio pastoral. Y así, al sacerdote, marcado en su ser de una manera indeleble y para siempre como ministro de Jesús y de la Iglesia, se le confía un ministerio pastoral que, enraizado en su propio ser y abarcando toda su existencia, es también permanente. El sacramento del Orden confiere al sacerdote la gracia sacramental, que lo hace partícipe no sólo del «poder» y del «ministerio» salvífico de Jesús, sino también de su «amor». Es también una exigencia del ministerio sacerdotal, visto incluso bajo su naturaleza genérica y común a las demás profesiones, y por tanto como servicio hecho a los demás; porque no hay profesión, cargo o trabajo que no exija al hombre una entrega tan plena como lo es el sacerdocio. En este sentido, se puede hablar de una vocación «en» el sacerdocio. En realidad, Dios sigue llamando y enviando, revelando su designio salvífico en el desarrollo histórico de la vida del sacerdote y de las vicisitudes de la Iglesia y de la sociedad. «Cómo nos ama Cristo es algo que él no quiso explicarnos demasiado. Lo mostró en sus gestos. Viéndolo actuar podemos descubrir cómo nos trata a cada uno de nosotros, aunque nos cueste percibirlo. Vayamos entonces a mirar allí donde nuestra fe puede llegar a reconocerle: en el Evangelio» (Dilexit nos n° 33).
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    31:57
  • T4. E04. En el camino de la vocación no vas solo
    «Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15, 12-14). En la calidez del cenáculo, donde todo ya estaba dispuesto para celebrar la última cena que Jesús tuvo con sus discípulos, se puede contemplar el culmen de la fraternidad, pues el mismo Cristo se hizo acompañar de hermanos, y los discípulos también estaban llamados a ser hermanos, llamados a amarse. La vocación es un regalo de Dios que va acompañado del don de la amistad y la fraternidad, quien es llamado solo se puede descubrir como hermano, servidor de los demás y también contar con la presencia de un hermano que comprende lo que vive, alguien con quien hablar y compartir. «La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza» (Fratelli tuti n.º 55).
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    28:07
  • T4. E03 La esperanza te hace libre
    «Dijo Yahveh: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los perizitas, de los jivitas y de los jebuseos. Así pues, el clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto además la opresión con que los egipcios los oprimen”» (Ex 3, 7-9), en el camino de la vocación quien es llamado es también capacitado por Dios para poder responderle, nadie que no sea libre puede responder con generosidad a Dios. «Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios» (1Pe 2, 16), hemos recibido la gracia de ser hijos de Dios, pero con una humanidad herida por el pecado que suspira por Dios. «La Carta a los Hebreos subraya claramente la «humanidad» del ministro de Dios: pues procede de los hombres y está al servicio de los hombres, imitando a Jesucristo, «probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4, 15). Dios llama siempre a sus sacerdotes desde determinados contextos humanos y eclesiales, que inevitablemente los caracterizan y a los cuales son enviados para el servicio del Evangelio de Cristo» (Pastores dabo vobis n°5), es nuestra humanidad el vaso donde se derrame la gracia santificante y liberadora de Dios que nos llama a amar libremente
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    28:41
  • T4. E02. Te llamé para que seas esperanza
    «Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien servís es Cristo» (Col 3, 23-24); la experiencia de la vocación es ante todo un encuentro con Dios que nos ama y que nos invita a llevar su amor a los hombres. La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz. Además de alcanzar la esperanza que nos da la gracia de Dios, también estamos llamados a redescubrirla en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece. Teniendo esto en cuenta, la vocación sacerdotal tiene sentido ahí donde hay una necesidad, es la vocación un testimonio.
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    35:37

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