Tu POSTURA es lo de menos
En muchas culturas religiosas, la oración ha sido acompañada de ciertos gestos corporales que buscan expresar reverencia, humildad o fervor. Levantar las manos, arrodillarse o incluso postrarse en tierra son manifestaciones visibles de una actitud de adoración. Sin embargo, desde una perspectiva bíblica, aunque estas posturas pueden ser útiles y simbólicamente ricas, la postura externa es lo de menos. La Escritura enseña que Dios no se impresiona por la forma sino por el corazón contrito y confiado que se presenta ante Él.La Escritura enseña que la esencia de la oración no está en el gesto, sino en la actitud del alma. El Salmo 51:17 nos recuerda que “los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”.En la oración, no se trata de “convencer” a Dios mediante cierta postura, ni de repetir fórmulas ni rituales externos que lo obliguen a actuar a nuestro favor. La verdadera oración nace del reconocimiento de la soberanía absoluta de Dios, de su sabiduría, su bondad, y de nuestra profunda necesidad de Él.Orar es someterse a Su voluntad, no imponer la nuestra. Como Jesús mismo oró: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22:42). La mansedumbre no es debilidad, sino fortaleza rendida. Es saber que Dios sabe mejor, aunque su respuesta a nuestras súplicas no sea la que esperábamos.Dios es libre y soberano. Él no está atado a nuestros tiempos, formas o deseos. No hay postura, horario ni lugar que garantice la respuesta divina según nuestros términos. Como enseña el Catecismo de Heidelberg:“La oración verdadera es aquella que brota del corazón sincero, en el cual reconocemos nuestra necesidad, confiamos en la promesa de Dios y nos apoyamos solamente en Cristo, nuestro Mediador” (Heidelberg, P. 116–117).Dios puede responder “sí”, “no”, y cada una de esas respuestas será perfecta y misericordiosa. Nuestra paz no está en que Dios haga lo que pedimos, sino en que nos escuche conforme a Su voluntad perfecta (1 Jn. 5:14–15). La oración es más que un medio para obtener cosas: es un medio de gracia y comunión con Dios. El creyente no ora para manipular, sino para rendir su alma ante el trono de la gracia (Heb. 4:16), para encontrar consuelo, corrección, dirección y paz.Orar con mansedumbre es orar sabiendo que el Señor es bueno, aunque nuestra súplica no sea concedida de inmediato. Orar con dependencia es reconocer que sin Él no podemos nada (Jn. 15:5), y que en Él lo tenemos todo, aun cuando las circunstancias no cambien.LA DEVOCIÓN NO ES UNA POSE...La postura es lo de menos. Lo que Dios busca es un corazón rendido, confiado, dependiente. Si nuestras manos están levantadas, pero nuestro corazón está orgulloso, nuestra oración es ruido vano. Pero si nuestra alma se inclina en humildad, aun en el silencio o la informalidad, Dios está allí, escuchando con atención de Padre amoroso.La oración no es un acto mágico, ni un mecanismo de control. Es la expresión viva de una fe sometida a Cristo, confiada en Su soberanía y encendida por el Espíritu. Que oremos en la sala, en el cuarto, en el campo o en medio del tráfico —lo que el Señor ve es el corazón. Y un corazón humilde y confiado, nunca será desechado.“Dios no escucha nuestras oraciones por la elegancia de nuestras palabras, ni por la intensidad de nuestros gestos, sino por la fe sencilla que se apoya en Su misericordia” – Juan Calvino