La filosofía iniciática centra sus enseñanzas en una reeducación de la percepción, es decir, en la contemplación del mundo con otros ojos, afinando la mirada interior y desarrollando una captación intuitiva de la realidad a través de los símbolos. Como bien enseñan los místicos e iniciados, el simbolismo no es un entretenimiento o un conocimiento oscuro sino que es el lenguaje del alma, porque permite traducir lo invisible en imágenes visibles, permitiéndonos conectar planos, lo material y tangible con lo metafísico.
A través del estudio, la reflexión serena y el contacto con los símbolos, el alma tiene la capacidad de comenzar a recordar verdades que ya conocía, pero que había olvidado. Por eso la pedagogía iniciática es una anamnesis, un recuerdo, la posibilidad de conectar con nuestra esencia más profunda.
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Mutus Liber y el sueño de Jacob
En esta primera lámina encontramos el título del libro: MUTUS LIBER, y se agrega: “en el cual, sin embargo, toda la filosofía hermética se representa, consagrada a Dios misericordioso, tres veces muy bueno y muy grande, y dedicado sólo a los hijos del arte, por el autor de quien el nombre es Altus”.
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El arca y la tradición noaquita
El arca es símbolo de salvación, de la posibilidad de resguardar lo esencial en medio del caos. Representa la protección de la semilla, de lo esencial, cuando todo lo demás desaparece. Es una matriz, un útero simbólico donde se gesta una regeneración. Desde una lectura alquímica, el arca podría compararse con el “vas hermeticum”, el recipiente cerrado donde ocurre la transmutación de la materia prima. El diluvio, con sus aguas purificadoras, nos recuerda a la etapa de la nigredo, la disolución del viejo mundo, de los elementos impuros. Sin embargo, dentro del arca se preserva la esencia, lo incorruptible, esperando el momento propicio para manifestarse.
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Simbolismo de la navegación
El escenario es el mar. El protagonista de la aventura es el navegante, figura arquetípica del buscador espiritual. No es un turista, ni un comerciante de rutas. Es alguien que se atreve a soltar amarras, impulsado por un llamado que no siempre sabe explicar. Su travesía lo expone a tormentas, tentaciones y monstruos simbólicos, pero también a descubrimientos profundos, revelaciones y encuentros consigo mismo. Como Ulises, Jasón o Simbad, el navegante atraviesa el mar no solo para llegar a un lugar, sino para transformarse en el camino.
En la tradición iniciática, esta figura aparece una y otra vez: Buda es el Gran Nauta que lleva a los seres a la otra orilla del sufrimiento; Cristo es el timonel de la nave que conduce a los suyos por el mar del mundo; Jano, dios de los comienzos, lleva las llaves de los umbrales y también la barca que cruza entre lo viejo y lo nuevo. La imagen se repite: hay una orilla de origen, una travesía incierta, y una tierra prometida que no es solo geográfica, sino espiritual.
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Códigos cabalísticos y cifrados
En la tradición judía, especialmente en la Cábala, los métodos de codificación y manipulación de letras y números son herramientas esenciales para el estudio de los textos sagrados. El valor numérico de las letras hebreas permite establecer equivalencias ocultas entre palabras y frases aparentemente inconexas, revelando así niveles de significado más profundos. Este sistema se llama Gematría y consiste en asignar un valor numérico a cada letra del alfabeto hebreo.
Junto a la gematría, se emplean también otros sistemas como el Notaricón (formación de palabras a partir de acrónimos) y el Temurá (intercambio de letras según reglas específicas), los cuales permiten múltiples capas de lectura e interpretación de los textos sagrados