Doctrina y Convenios 77–80 | Estudio de las Escrituras con Pepe y Ariel
Menos de dos años después de que la Iglesia de Jesucristo había sido restaurada, tenía más de 2000 miembros y estaba creciendo rápidamente. En marzo de 1832, José Smith se reunió con otros líderes de la Iglesia “para analizar asuntos de la Iglesia”: la necesidad de publicar revelaciones, comprar tierras en las que congregarse y cuidar de los pobres (véase Doctrina y Convenios 78, encabezamiento de la sección). Para atender esas necesidades, el Señor llamó a una pequeña cantidad de líderes de la Iglesia a formar la Firma Unida, un grupo que uniría sus esfuerzos para “adelantar la causa” del Señor (versículo 4) en esos ámbitos. Pero incluso en tales asuntos administrativos, el Señor se centró en las cosas de la eternidad. Finalmente, el propósito de la imprenta o el almacén, como todo lo demás en el Reino de Dios, es preparar a Sus hijos para recibir “un lugar en el mundo celestial” y “las riquezas de la eternidad” (versículos 7, 18); y si esas bendiciones son difíciles de comprender ahora, en medio del ajetreo de la vida diaria, Él nos asegura: “Sed de buen ánimo, porque yo os guiaré” (versículo 18).
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Doctrina y Convenios 76 | Estudio de las Escrituras con Pepe y Ariel
“¿Qué me sucederá después de que muera?”. Casi todas las personas se hacen esa pregunta de una u otra manera. Por siglos, muchas tradiciones cristianas, basándose en enseñanzas de la Biblia, han enseñado en cuanto al cielo y el infierno, en cuanto al paraíso para los justos y el tormento para los inicuos. Pero ¿puede realmente dividirse a toda la familia humana de manera tan estricta? En febrero de 1832, José Smith y Sidney Rigdon se preguntaban si había algo más que aprender sobre el tema (véase Doctrina y Convenios 76, encabezamiento de la sección).Efectivamente lo había. Mientras José y Sidney meditaban sobre esas cosas, el Señor “tocó los ojos de [su] entendimiento y fueron abiertos” (versículo 19). Ellos recibieron una revelación tan asombrosa, tan extensa y tan instructiva, que los santos la llamaron simplemente “La visión”. Esa visión abrió las ventanas de los cielos y dio a los hijos de Dios una comprensión más amplia de la eternidad. La visión reveló que el cielo es más grande, amplio e incluyente de lo que la mayoría de las personas habían supuesto previamente. Dios es más misericordioso y justo de lo que podemos comprender, y los hijos de Dios tienen un destino eterno más glorioso de lo que podemos imaginar.Véanse Santos, tomo I, págs. 150–153; “La visión”, en Revelaciones en contexto, págs. 158–164.
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Doctrina y Convenios 71-75 | Estudio de las Escrituras con Pepe y Ariel
Desde que era joven, José Smith hizo frente a críticos, e incluso a enemigos, conforme procuraba hacer la obra de Dios. Sin embargo, debió haber sido particularmente difícil a finales de 1831, cuando Ezra Booth comenzó a oponerse públicamente a la Iglesia, ya que en ese caso el crítico era alguien que anteriormente había sido creyente. Ezra había visto a José utilizar el poder de Dios para sanar a una mujer y había sido invitado a acompañar a José en el primer reconocimiento que se hizo a la tierra de Sion en Misuri; pero había perdido la fe y, con la intención de desacreditar al Profeta, publicó una serie de cartas en un diario de Ohio. Sus esfuerzos parecían estar dando frutos, ya que “sentimientos hostiles […] habían surgido contra la Iglesia” en la región (Doctrina y Convenios 71, encabezamiento de la sección). ¿Qué debían hacer los creyentes en una situación como esa? Si bien no hay una sola respuesta correcta para toda situación, parece que a menudo —incluso en este caso de 1831— parte de la respuesta del Señor es declarar la verdad y corregir las falsedades al “proclamar [el] evangelio” (versículo 1). Es cierto que la obra del Señor siempre tendrá críticos, pero al final, “no hay arma forjada en contra de [ella] que haya de prosperar” (versículo 9).Véase “Ezra Booth e Isaac Morley”, en Revelaciones en contexto, pág. 143.
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Doctrina y Convenios 67–70 | Estudio de las Escrituras con Pepe y Ariel
De 1828 a 1831, el profeta José Smith recibió muchas revelaciones del Señor, incluso consejos divinos para ciertas personas, instrucciones para gobernar la Iglesia, visiones de los últimos días y muchas verdades inspiradoras de la eternidad; sin embargo, muchos de los santos no las habían leído. Las revelaciones todavía no se habían publicado, y las pocas copias disponibles estaban escritas a mano en hojas sueltas que circulaban entre los miembros y que los misioneros llevaban consigo.Luego, en noviembre de 1831, José convocó un consejo de líderes de la Iglesia para intercambiar opiniones sobre la publicación de las revelaciones. Tras procurar la voluntad del Señor, esos líderes hicieron planes para publicar el Libro de Mandamientos, que fue el precursor de lo que actualmente es Doctrina y Convenios. Dentro de poco todos podrían leer por sí mismos la palabra de Dios revelada mediante un profeta viviente, siendo una prueba vívida de que “de nuevo se ha[bía]n confiado al hombre las llaves de los misterios del reino de nuestro Salvador”. Por esa y muchas otras razones, los santos entonces y ahora consideran que esas revelaciones son “de tal estima […] como las riquezas de toda la tierra” (Doctrina y Convenios 70, encabezamiento de la sección).Véase Santos, tomo I, págs. 143–146.
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Doctrina y Convenios 64–66 | Estudio de las Escrituras con Pepe y Ariel
En el terrible calor de agosto de 1831, varios élderes viajaban de regreso a Kirtland desde la tierra de Sion en Misuri. Los viajeros estaban cansados, y las tensiones no tardaron en convertirse en riñas. Puede haber parecido que edificar Sion, una ciudad de amor, unidad y paz, iba a tomar mucho tiempo.Afortunadamente, edificar Sion —en Misuri en 1831 o en nuestro corazón, nuestras familias y nuestros barrios en la actualidad— no requiere que seamos perfectos. En vez de ello, “a vosotros os es requerido perdonar”, dijo el Señor (Doctrina y Convenios 64:10). Él requiere “el corazón y una mente bien dispuesta” (versículo 34), y requiere paciencia y diligencia, ya que Sion se edifica sobre el fundamento de “cosas pequeñas”, las cuales las logran quienes no se “cans[an] de hacer lo bueno” (versículo 33).Véase también Santos, tomo I, págs. 136–137, 139–140.